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La paz era esto. Una rendición sin condiciones. Sin garantías. Una solución al principal problema de Netanyahu: la liberación de los rehenes. Ya no los hay. Quedan cadáveres bajo los escombros, mezclados palestinos e israelíes. Tom Fletcher, director de operaciones humanitarias de las Naciones Unidas, ha declarado que podría tardarse meses en recuperar e identificar a los 13 rehenes israelíes sepultados. En cuanto a los muertos palestinos, estas precisiones ni se contemplan: hace tiempo que expertos como Francesca Albanese, relatora de la ONU para los Territorios Ocupados, alertan de que las cifras oficiales de muertos gazatíes (71.200, la última) podrían multiplicarse por 10 si a las víctimas directas se suman los desaparecidos y los muertos por causas indirectas, como hambre y enfermedades derivadas de la guerra. Pero sus nombres y sus historias apenas asoman, están destinados a ser “víctimas perfectas”, como denunciaba en estas mismas páginas hace unos días el escritor jerosolimitano Mohamed El-Kurd.
El goteo de ataques israelíes no ha cesado desde que el 13 de octubre Estados Unidos, Egipto, Qatar y Turquía firmaron en Sharm El Sheikh la declaración que garantizaba el acuerdo entre Hamás e Israel, en un escenario a mayor gloria del presidente estadounidense pero sin la presencia de los directamente implicados: a Netanyahu, dispuesto a ir, le detuvo Donald Trump ante la amenaza turca de dinamitar la firma si el primer ministro israelí acudía; por el lado palestino, Mahmud Abbas, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, estaba tan orillado que en la foto de familia había que buscarle. Sin embargo Trump proclamó que “tenemos paz en Oriente Próximo”, y se llamó Plan de Paz a los 20 puntos que dejaban en sus manos el futuro de Gaza, incluidas las migajas de la ayuda humanitaria: de los 600 camiones diarios previstos, apenas han accedido 89 desde la entrada en vigor del alto el fuego. En el paso de Rafah, la frontera con Egipto en manos de Israel cerrada, aguardan más de 25 kilómetros de convoyes.
Trump siempre fue claro: Israel tendrá derecho a tomar represalias, y eso no pondrá en riesgo la tregua. Pura jerga trumpista, puro neorrealismo MAGA.
Estábamos a la espera del “ataque israelí”. Es decir, de una declaración oficial del Gobierno de Netanyahu de que iba a hacer lo que ya estaba haciendo: bombardear Gaza de nuevo. Estábamos a la espera de que la cifra de muertos volviera a ser tan escandalosa como aproximada. Y ya está aquí: más de un centenar, la mitad de ellos niños. Pero lo que supera todo lo ya visto, si tal cosa fuera posible, es la alevosía: el Gobierno israelí ha anunciado tras el ataque de este martes que “vuelve a aplicar el alto el fuego”. Y a las pocas horas volvió a bombardear. Hamás entrega cadáveres equivocados y el ejército israelí bombardea campamentos y tiendas de desplazados. Tal es la ecuación para el Gobierno israelí. Le sale gratis.
Si una virtud tenía el acuerdo para los palestinos, era el cese de los ataques y los muertos. Era lo único bueno para ellos. Ya ni eso.
Esta nota contiene información de varias fuentes en cooperación con dichos medios de comunicación.



























