Durante las últimas semanas, una serie de eventos económicos, políticos y sociales han tejido un complejo entramado que impacta directamente en el bienestar social inmediato de miles de hogares. La cuestión del poder adquisitivo se ha vuelto fundamental, especialmente en un contexto de inflación moderada que pone a prueba la estabilidad financiera de muchas familias.
A pesar de los intentos del Banco de México de reducir su tasa de referencia, mostrando un optimismo tal que muchos especialistas consideran excesivo, es esencial reflexionar sobre los efectos de la reciente iniciativa del gobierno de EE.UU. para gravar las remesas, así como sobre las inminentes elecciones nacionales que elegirán a magistrados y jueces, y el preocupante repunte en los indicadores de criminalidad que afecta incluso a altos funcionarios públicos.
La propuesta en discusión en Washington de imponer un gravamen del 5% a las remesas, actualmente revisado a un 3.5%, según las autoridades norteamericanas, busca financiar medidas de control migratorio. Sin embargo, esto podría tener repercusiones negativas para México. Las remesas son esenciales, constituyendo más del 3% del PIB y actuando como un soporte crucial para el consumo y la inversión en las comunidades receptoras.
Desde una perspectiva microeconómica, gravar las remesas incrementaría su costo, golpeando especialmente a las familias de menores ingresos que dependen de este apoyo en un contexto económico ya limitado. A largo plazo, tal medida podría inducir el uso de canales informales para enviar dinero, lo cual debilitaría la inclusión financiera y la bancarización.
Además, el escenario electoral para la selección de magistrados y jueces, mediante voto directo, genera una tensión innecesaria entre los principios democráticos y el estado de derecho. Aunque la participación ciudadana es fundamental en un sistema democrático, un poder judicial dependiente de los resultados electorales puede comprometer la imparcialidad en la justicia, afectando tanto la calidad del sistema como la confianza en el entorno legal. Esto, a su vez, genera incertidumbre jurídica, desincentivando la inversión y afectando las expectativas inflacionarias.
Por otro lado, el aumento en la violencia, reflejado en el asesinato de funcionarios de alto nivel y en un incremento de homicidios y extorsiones, introduce una sombra inquietante que también presiona sobre la inflación. Más allá de su contexto político, la inseguridad económica encarece las operaciones para las empresas, erosiona el valor del capital humano y provoca migraciones forzadas, alterando la estructura del mercado laboral.
Los municipios más violentos tienden a mostrar un crecimiento económico inferior, mayor informalidad y niveles bajos de inversión. En un país con desigualdades marcadas, la violencia actúa como un impuesto regresivo, afectando especialmente a quienes menos tienen.
Cada uno de estos temas —remesas, reforma judicial y violencia— no solo prueba la solidez institucional, sino también la capacidad de generar reglas estables y equitativas que ayuden a mitigar las presiones inflacionarias. Las políticas mal diseñadas, a pesar de sus buenas intenciones, pueden tener efectos adversos y duraderos.
En este contexto, la calidad de vida de millones de hogares y la posibilidad de construir una economía más inclusiva y resiliente se encuentran en juego. Estos son los fundamentos del desarrollo sustentable, y es imperativo abordarlos con la seriedad que merecen.
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