Hace algunos años tuve el único acercamiento de mi vida profesional con Rosario N, extitular de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol). La experiencia fue amarga y breve, pero a la luz de los hechos recientes la recordé.
Luego de varios meses de análisis al Padrón de Beneficiarios de la Cruzada Contra el Hambre, un grupo de periodistas publicamos un texto en el que exponíamos las serias fallas metodológicas y de criterio de aquel que fue el programa estrella de la administración de Enrique Peña.
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Recargados únicamente en la dureza de los propios datos gubernamentales, que no en declaraciones o filtraciones, dimos a conocer que básicamente el programa repartía mal y de forma casi aleatoria las ayudas, pues su cobertura era apenas del 41 por ciento de la población en los 150 municipios más pobres en tanto que en los 150 más ricos el promedio de cobertura era de 137 por ciento.
Al día siguiente de la publicación, Rosario N se presentó al medio de comunicación y exigió la rectificación del texto que según ella era erróneo y mal intencionado a pesar de estar basado en sus propias cifras. Se publicó una presunta “réplica” que no explicó ni aclaró nada de los puntos expuestos en el reportaje y el equipo de reporteros terminó por disolverse en la tristeza.
A la postre, la Auditoría Superior de la Federación (ASF) nos daría la razón al dictaminar que desde su concepción, ejecución y seguimiento la Cruzada Contra el Hambre fue un fracaso con costos millonarios al erario.
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En aquel entonces me llamó la atención que Rosario N, estando en la Sedatu y ya fuera de la Sedesol que en ese entonces ocupaba José Antonio Meade, se sintiera con el valor de apersonarse en un medio de comunicación para amedrentar a reporteros, sostener una mentira y exigir que se disculparan por hacer su trabajo.
La anécdota tuvo eco en mí luego de saber que la exfuncionaria ha decidido apegarse al esquema de testigo colaborador en las causas que se le persiguen por su presunta participación en el desvío de 15 mil millones de pesos de dinero público.
Con la misma vehemencia con que Rosario N quiso desmentir aquel reportaje de la Cruzada Contra el Hambre la vimos durante años negar que había tenido algo que ver con la Estafa Maestra.
Todavía en septiembre Rosario N aseguró que la acusación “se aparta de la verdad y pretende atribuirme la responsabilidad de hechos presuntamente constitutivos de delito en los que nunca he participado ni son atribuibles a mi persona”.
Hicieron falta nuevas órdenes de arresto emitidas por la FGR y la probabilidad de morir en la cárcel para que la acusada se desdijera y reconociese que sí pasó algo y que siempre sí sabe algo.
Le pasó lo mismo a Emilio N, exdirector de Pemex, quien arrogante en octubre de 2017 se aventó su ya famoso “yo estoy muy tranquilo, no tengo nada por qué preocuparme. Lo digo con mucha humildad, tengo recursos y tiempo para romperles la madre”.
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Ahora las declaraciones de estos dos peñistas caídos en desgracia y las del exoficial mayor Emilio Zebadúa, se suman para acusar la existencia de un esquema al más alto nivel de desviación de dinero y sobornos para apoyar candidaturas priistas, incluida la presidencial de 2018.
Los tres se asumen como simples peones en un juego corrupto en el que según ellos Luis Videgaray era el Rey, quien por cierto ya salió a defenderse.
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“Es un sinsentido descarado pretender involucrarme en presuntos desvíos de recursos. La desesperación no puede ser justificación para mentir e incriminar inocentes. El mecanismo de moda ‘me salvo culpando a Videgaray’ tiene un límite”, dijo.
Que tenga cuidado el exmano derecha de Peña, esa costumbre de ponerse así mismo en un pedestal para luego caer y romperse se pega.
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