La situación del sistema penitenciario en México ha alcanzado niveles alarmantes, particularmente en lo que respecta a la detención de personas sin un proceso judicial que las respalde. Recientes informes de organismos internacionales han señalado que se estima que alrededor de 90,000 individuos se encuentran en prisión preventiva, lo que representa un preocupante 30% de la población carcelaria del país. Este fenómeno no solo plantea interrogantes sobre la justicia penal, sino que también deja al descubierto las deficiencias de un sistema que, en lugar de garantizar la seguridad, parece perpetuar la vulnerabilidad de los detenidos.
La detención sin sentencia se ha convertido en una práctica común que afecta desproporcionadamente a quienes pertenecen a los estratos más bajos de la sociedad. A menudo, estos individuos son arrestados bajo un halo de presunción de culpabilidad, enfrentándose a condiciones inhumanas en un sistema que frecuentemente carece de mecanismos efectivos de defensa. La falta de recursos económicos y acceso limitado a asesoría legal agravan aún más su situación, dejando a muchos atrapados en un ciclo de desigualdad e injusticia.
Este contexto preocupante ha llevado a organizaciones internacionales a alzar la voz, demandando reformas urgentes en el sistema judicial mexicano. Uno de los puntos críticos destacados es el uso excesivo de la prisión preventiva, una medida que se justifica en ocasiones como necesaria para la investigación, pero que con frecuencia se convierte en un castigo anticipado para aquellos que no han sido condenados. Este principio, que se encuentra en contradicción con el derecho a la presunción de inocencia, debe ser revisado cuidadosamente.
Además, las condiciones de vida en las cárceles mexicanas son otra preocupación significativa. Brutales hacinamientos y la falta de atención médica, una adecuada alimentación y espacios dignos son aspectos que agravan la situación de los privados de libertad. La degradante realidad que viven los internos no solo socava su humanidad, sino que también impacta de manera negativa en la seguridad pública, al fomentar un ambiente propenso a la violencia y al crimen organizado dentro de las instituciones penitenciarias.
Diversos actores de la sociedad civil han comenzado a exigirse cambios profundos y significativos. Este llamado a la acción se ha traducido en una creciente conciencia pública sobre las fallas del sistema. Las redes sociales han jugado un papel crucial en la divulgación de testimonios y en la organización de movimientos que buscan elevar la discusión sobre la justicia penal en informacion.center.
El panorama es desalentador, pero también representa una oportunidad de cambio. La implementación de políticas que promuevan el respeto a los derechos humanos y el fortalecimiento de la defensa legal para todos, independientemente de su estatus socioeconómico, podría marcar la diferencia. Es fundamental que la sociedad en su conjunto se involucre en este debate y exija un sistema más justo y equitativo.
La situación de aquellos que esperan una sentencia, a menudo arruinando sus vidas por años en la penumbra de las prisiones, es un recordatorio de que la lucha por la justicia penal en México está lejos de estar completa. El camino hacia un sistema más humano y eficiente comienza con la consciencia colectiva y la acción decidida de todos los sectores de la sociedad.
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