El reciente anuncio del Ejecutivo Federal sobre la reforma a la ley de competencia marca un hito en la manera en que el Estado mexicano se relaciona con los mercados. Con una posible aprobación inminente, esta iniciativa se basa en la percepción de que el modelo actual no ha logrado eficazmente prevenir la concentración empresarial ni traducir los beneficios del mercado en un mayor bienestar social.
Uno de los puntos centrales de esta reforma es la intención de reforzar la presencia del Estado en la economía. Este cambio podría facilitar una mejor coordinación entre las políticas sectoriales y las de competencia. Sin embargo, también plantea interrogantes sobre la independencia técnica de la nueva agencia antimonopolios, un factor crítico para la efectividad y la confiabilidad de sus decisiones. Además, podría generar tensiones en el contexto del T-MEC, el tratado que regula el comercio entre México, EE.UU. y Canadá.
La propuesta incluye medidas destinadas a fortalecer las capacidades de la agencia, especialmente en lo que respecta a la investigación y sanción de prácticas anticompetitivas. Esta tendencia hacia un mayor rigor es coherente con las políticas internacionales, pero introduce cambios que podrían complicar la evaluación de las conductas empresariales. Uno de los aspectos más destacados es el tratamiento del intercambio de información entre empresas, que no requerirá demostrar la existencia de un acuerdo anticompetitivo previo. Esto obligaría a las empresas a ser especialmente cautelosas al participar en asociaciones y eventos de su sector.
Un concepto más controvertido en la propuesta es el de “competidor potencial” en el análisis de casos de colusión. Este término puede resultar ambiguo y, si no se aborda con criterios claros, podría llevar a interpretaciones erróneas. Es crucial que las autoridades se basen en la experiencia de otras jurisdicciones, como Europa y Estados Unidos, donde se han establecido parámetros específicos para identificar a nuevos competidores.
En relación a las concentraciones empresariales, la reforma refuerza las capacidades de investigación sobre transacciones que no informan adecuadamente, reduce los umbrales monetarios y amplía los plazos para la investigación de operaciones no notificables. Paradojalmente, mientras se busca aumentar la rigidez del proceso, los plazos también se reducirán. Esto generará un contexto con un mayor volumen de expedientes, lo que puede complicar la capacidad de respuesta de la institución, especialmente en sectores como telecomunicaciones y radiodifusión.
El éxito de esta reforma dependerá de la habilidad de la nueva autoridad para manejar un incremento en la carga de trabajo mientras establece guías claras para que las empresas notifiquen adecuadamente. Así, entre las múltiples implicaciones de estos cambios, se observa un entorno de mayor vigilancia, donde las empresas deberán estar preparadas para enfrentar investigaciones y posibles sanciones. Para realmente combatir prácticas desleales en el mercado y fomentar la competencia, será esencial que la autoridad mantenga altos estándares y evite enfoques que se basen únicamente en presunciones.
Finalmente, se prevé que las empresas adopten un enfoque ético más robusto, implementando controles que aseguren su cumplimiento legal. Este panorama no solo promueve un entorno más competitivo, sino que también presenta a las empresas retos significativos que deberán superar para prosperar en un contexto de regulación creciente.
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