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El plan de Trump para Gaza tiene un futuro incierto, pero su mero nacimiento es un acontecimiento relevante. Su importancia reside, en primer lugar, en el obvio alivio que puede proporcionar a los civiles gazatíes sometidos a un asedio medieval que una comisión de expertos de la ONU ha considerado un genocidio por parte de Israel. Pero, en un segundo nivel, el plan tiene significativas consecuencias geopolíticas. Aunque su devenir es incierto, algunas de las dinámicas cristalizadas con esta iniciativa tienen visos de poder reverberar en el tiempo. A continuación, una recopilación de factores que deberían ser tenidos en cuenta para trazar un balance de lo acontecido.
Donald Trump
El plan encierra múltiples elementos positivos para el presidente de Estados Unidos. A pesar de profundas perplejidades alrededor de la letra de la iniciativa, ha cosechado amplísimo respaldo internacional —no solo en la región, sino también fuera, de Europa a Rusia o la India—, perfilándose así como un éxito diplomático.
El proceso le permite a Trump desinflar la creciente y enorme presión que se acumulaba sobre Estados Unidos como cómplice necesario de la acción israelí, que provocaba enorme indignación.
Además, le garantiza una consolidación de las relaciones con los regímenes autoritarios suníes de la zona, furiosos con la actuación de Israel. En especial, por el bombardeo en Qatar. Estos países son aliados interesantes en múltiples sentidos. También en el económico, con carteras profundísimas que pueden garantizar, por ejemplo, compras de armamento que se habrían visto muy perjudicadas de no haber percibido que Washington ponía un freno a Israel. La crisis sin duda espoleará un instinto de diversificación de esos países, pero el plan contiene las ansiedades subyacentes.
La iniciativa debe de enmarcarse además en el contexto del ataque a Irán —cuyo resultado material es difícil de aclarar, pero que en términos geopolíticos ha sido un éxito, dada la fluidez del golpeo y la insignificante reacción iraní—. Quienes se han indignado por su apoyo a Israel no lo olvidarán, pero en términos geopolíticos toda la jugada reafirma la centralidad de EE UU en la región —y en el mundo—. Si a estos logros se suma el 5% de PIB en gasto militar y el acuerdo comercial impuestos a los europeos, Trump se ha anotado considerables logros en los primeros nueve meses de presidencia.
Benjamín Netanyahu
Para el primer ministro israelí, el plan ha supuesto algún trago amargo, de los cuales es símbolo la humillante petición de disculpas a Qatar desde la Casa Blanca por el golpeo en su territorio —y con fotografía del momento de forzosa contrición incluida—. El plan, por otra parte, contiene algunos elementos incómodos, como la referencia a los dos Estados y el rechazo a ideas de anexión, colonización o limpieza étnica.
Pero estos fastidios son gaseosos o marginales. La sustancia es un plan que se parece mucho a lo que Netanyahu deseaba: regreso de los rehenes, capitulación de Hamás, ninguna obligación verdadera de retirarse completamente de Gaza, ningún compromiso de ninguna clase con los derechos de los palestinos.
Si se tiene en cuenta que el final de la legislatura israelí ya no está lejos, a 12 meses, cabe pensar que en todo caso Netanyahu habría preferido evitar llegar a la campaña con los rehenes todavía en Gaza y con una operación bélica a pleno pulmón que, además de consolidarle a él en el poder, también está provocando cansancio y desgaste en la sociedad israelí.
Netanyahu sabe que el único freno entre Israel y el estatus de paria total es el respaldo de EE UU. No podía permitirse riesgos excesivos de enfadar a Trump, y ha salido con un plan que le compromete a poco y le ofrece muchas posibilidades. Su historial de compromisos incumplidos —por ejemplo, la retirada de Líbano, donde las fuerzas israelíes siguen instaladas en media docena de puntos— no deja ninguna duda de que maniobrará para hacer solo lo que le conviene.
Hamás
El plan es sustancialmente un diktat de capitulación. Exige la entrega de los rehenes —único activo—, la entrega de las armas, la renuncia a la participación en la gestión política, la aceptación de una fuerza internacional de estabilización, y de una supervisión internacional de rasgos coloniales a la gestión ordinaria en Gaza. Todo, a cambio solo de una promesa de parar el fuego israelí.
Hamás sale profundamente golpeado de todo este conflicto. El sufrimiento humano ha sido inmenso. El eje de resistencia está de rodillas. La voladura del proceso de normalización entre los regímenes suníes e Israel no ha sido ni mucho menos definitiva. Su cúpula está descabezada y fragmentada, aislada internacionalmente.
El plan no es otra cosa que la constatación de la absoluta debilidad de Hamás. Ello no excluye que, en el futuro, el odio espoleado por los abusos de Israel dé nueva vida a la idea que Hamás representa, y que, en lo inmediato, igual que Netanyahu, el grupo evada los compromisos desventajosos. Pero es indudable que el plan es la afirmación de una derrota.
Autoridad Palestina
La Autoridad Palestina queda malherida con el plan, ya que se la aparta expresamente del cuerpo de gobierno de transición de Gaza. El acuerdo además no contiene ninguna referencia explícita de salvaguarda con respecto a Cisjordania.
Dicho eso, cuando menos, la iniciativa representa un movimiento de mejora con respecto a lo anterior para el conjunto de los palestinos no solo porque promueve un alto el fuego, sino porque cristaliza un alejamiento de las posiciones de indisimulada limpieza étnica que encerraba la visión de la Riviera gazatí trumpista.
Árabes suníes
Para ellos, el plan contiene algunos activos y sobre ellos se asienta su respaldo. En primer lugar, porque frena una matanza que los ponía en una situación incomodísima ante sus propias ciudadanías, que observaban indignadas mientras sus gobernantes hacían y obtenían entre poco y nada.
En segundo lugar, aunque parcial, la presión de Trump sobre Netanyahu después del ataque en Qatar representa una valiosa reafirmación de compromiso estadounidense con las alianzas regionales.
La estabilización de la región es además prerrequisito fundamental para el desarrollo de los planes de transformación económica en los cuales todos —y, especialmente, Arabia Saudí— confían para salvaguardar su futuro ante el probable decrecimiento de la renta petrolera. Su papel en la crisis tiene graves manchas, y expuso límites y debilidades. Pero el plan en sí mismo abre paso a una perspectiva probablemente más interesante para ellos que la fase crítica de los dos últimos años.
El ‘eje de resistencia’
El plan es otra humillación para el eje de resistencia. Después de las derrotas militares de Irán y Hezbolá, y la caída del régimen de Bachar, esta iniciativa diplomática que arrolla a Hamás sin garantizar derechos para los palestinos y aglutinando alrededor de él a países suníes y europeos, es una auténtica calamidad para sus intereses geopolíticos.
Europa
Para la Unión Europea, el plan es la certificación de su completa irrelevancia en la región después de haberse expuesto, con su inacción, a las críticas por doble rasero moral. Algunos gobiernos, especialmente el alemán y el italiano, pueden beneficiarse de un parón de la violencia para conseguir un respiro ante opiniones públicas muy movilizadas en contra de su pasividad. Pero para el conjunto de Europa el episodio se configura como un momento geopolítico sumamente infeliz, de impotencia y de parálisis.
China
Para Pekín, el plan tampoco es un desarrollo favorable. Inmersa en un juego de suma cero con Washington, cosechaba un cierto rédito geopolítico teniendo a unos EE UU aislados en su férreo apoyo a Israel y desgastados por un amplio desprecio internacional ante esa postura. La jugada de Trump altera esa senda, y reafirma su centralidad en la región, que China ha tratado de poner en cuestión en los últimos años. Por ejemplo, intermediando en el deshielo entre Arabia Saudí e Irán. Pero la crisis —y el plan— han dejado en evidencia las todavía grandes limitaciones de su capacidad y voluntad de ser influyente en la zona. Y si esta se estabiliza, EE UU tendrá mayor margen para pivotar su atención hacia Asia-Pacífico.
ONU
Las Naciones Unidas no pudieron ser el lugar de gestación de la solución. Anteriormente, su agencia para los refugiados palestinos (la UNRWA) fue víctima de un boicot azuzado por acusaciones sin fundamento de Israel. Toda la crisis, y ahora la iniciativa de Trump, no dejan en buen lugar a la organización. Al menos, pese a las habituales diatribas del presidente estadounidense, el plan le reconoce un papel en la distribución de la ayuda en Gaza y, aunque meramente ocasional, la Asamblea General ha sido un espacio facilitador de la diplomacia.
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