La reciente gira del presidente Donald Trump por los países del Golfo ha estado marcada por un despliegue de ceremonial y protocolo dignos de una visita de Estado. Este nivel de atención y hospitalidad se hace eco de las tradiciones árabes y refleja la importancia de las relaciones diplomáticas en la región. Un ejemplo llamativo es la ceremonia del café, donde se sirve un café especiado, generalmente con cardamomo, acompañado de dátiles, como símbolo de respeto y cortesía hacia los visitantes.
Sin embargo, más allá de la exuberancia ceremonial, lo que realmente resalta en esta gira es un cambio significativo en la política exterior de Estados Unidos. Esta fue la primera visita de Trump en su segundo mandato y eligió centrarse en el Medio Oriente, específicamente en el Golfo, en lugar de priorizar a Israel. En su discurso en Riad, dejó en claro que su administración ya no busca imponer una visión democrática sobre el resto del mundo. La promesa de una intervención mínima y la eliminación de un enfoque moralista en la diplomacia revelan un giro pragmático hacia los negocios y las inversiones.
Trump reconoció los logros de los países árabes, omitiendo temas sensibles como los derechos humanos o la desaparición de periodistas, lo que ilustra su enfoque en las relaciones económicas y estratégicas. Un exponente claro de este enfoque es su interés en las multimillonarias inversiones en tecnología e inteligencia artificial, un terreno en el que destacados innovadores como Elon Musk y Sam Altman, CEO de OpenAI, acompañaban al presidente.
Con la pausa en la guerra comercial con China, Trump está decidido a formalizar acuerdos que pueden ser presentados como trofeos diplomáticos para su base electoral. Los acuerdos anunciados con Arabia Saudita y Qatar ya superan los miles de millones de dólares, y se anticipa que durante su escala en los Emiratos Árabes Unidos se podrán revelar más negociaciones significativas.
Este enfoque resalta que, para Estados Unidos, la forma de gobierno —sea autoritaria o democrática— no es tan crucial como el alineamiento con sus intereses estratégicos. Aplicando esta lógica al caso de México, es evidente que la prioridad es la colaboración con los Estados Unidos, independientemente del sistema político interno. Sin embargo, a diferencia de los países del Golfo, México carece de fondos soberanos grandiosos, lo que limita su capacidad de maniobra en estas negociaciones.
Como nota final, cabe recordar que en 2016, un presidente mexicano realizó su primera visita oficial al Golfo en más de cuatro décadas, firmando numerosos acuerdos que, aunque simbólicos, no lograron traducirse en resultados concretos. Este contexto histórico muestra que, a pesar de las intenciones, las relaciones internacionales pueden ser más complejas de lo que parecen en la superficie.
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