El Centro como Crimen Fundacional
La estructura simbólica del lenguaje conforma nuestra existencia, uniendo la psique, lo emocional y lo fisiológico en un solo tejido. Al explorar el Templo Mayor en el Centro Histórico de la Ciudad de México, nos adentramos en el corazón cósmico de una civilización —la mexica— que aún defiende su legado tras un fatídico encuentro en 1525. Este sitio no fue delineado solo como un monumento, sino como un núcleo cósmico donde cada elemento representaba un orden profundo, capaz de gestionar el dolor y el tiempo.
Cuerpo y Ritual: Más Allá del Arte
En este contexto, el arte, tal como lo entendemos hoy, no tenía cabida. Lo que se realizaba era una ejecución viviente de un mito. En lugar de representar, los mexicas encarnaban sus creencias a través de rituales que conectaban lo tangible con lo espiritual. La distancia moderna entre el acto y su significado es insostenible, como señala la crítica contemporánea. Frases de pensadores como Derrida o Foucault aportan una base teórica a esta desconexión.
El Templo Mayor se erguía como un escenario total donde las acciones rituales tenían consecuencias realistas y significativas. Cada sacrificio, un acto de continuidad, sostenía la relación entre el cosmos y su población, donde el corazón extraído de las víctimas significaba mucho más que seguir un mandato: significaba mantener el ciclo del mundo. Desprendían vida para alimentar al sol.
Coyolxauhqui y el Crimen Original
En la mitología mexica, el delito primigenio toma un giro intrigante. A diferencia de la narrativa judeocristiana que enfatiza el parricidio como un acto necesario para instaurar el orden, el mito mexica se centra en una relación entre Huitzilopochtli y Coyolxauhqui, su hermana. El fratricidio cósmico le da un nuevo sentido a la lucha entre el día y la noche, donde el sacrificio no busca erradicar lo femenino, sino transformarlo para dar lugar a un nuevo ciclo.
Sacrificio y Actualidad: Una Reflexión Profunda
Hoy, el acto de sacrificio ha transmutado en linchamiento simbólico. A medida que buscamos chivos expiatorios para mantener un orden que parece desmoronarse, la entrega de la vida sigue siendo un tema recurrente en nuestras dinámicas sociales. En tiempos modernos, este sacrificio se manifiesta a través de la deshumanización en discursos políticos y en el ámbito digital, donde se señaliza a los enemigos como salvaguardias de una normalidad que ya no se sostiene.
La perspectiva mexica sugiere que el mundo no es un ente fijo, sino una construcción que debe ser alimentada continuamente. El sacrificio, en sus formas rituales, no solo organizaba el cosmos, sino que actuaba como un vínculo simbólico que daba sentido a la existencia.
Conclusiones sobre el Vuelo Celestial
Finalmente, la narrativa nos recuerda que el mundo enfrenta su propia fragilidad. La idea de que, en nuestras leyes modernas, existe un vacío simbólico, donde ya no buscamos el ritmo vital del sacrificio, se vuelve cada vez más evidente. La epifanía que emerge sugiere que aún carecemos de un eje que nos guíe hacia un futuro construido sobre el entendimiento mutuo entre lo humano y lo divino.
Quizás, como en la cosmogonía mexica, aún estamos en busca de aquellos fundamentos que den vida a nuestras pirámides, en un contexto donde cada acción tenga un eco significativo en el vasto universo que nos rodea.
La cosmovisión de los mexicas nos invita a reconsiderar nuestro rol en el cosmos moderno, donde la entrega trasciende el poder, invitándonos no solo a reflexionar, sino a actuar nuevamente en comunión con el ciclo eterno de la vida.
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