La violencia vicaria, un fenómeno que golpea con dureza, sigue siendo un delito en las sombras, poco reconocido por la sociedad y las instituciones. Este tipo de violencia se manifiesta cuando un agresor utiliza a sus hijos o seres queridos como herramientas para causar daño emocional y psicológico a la víctima, en su mayoría mujeres. En este contexto, el maltrato no se limita al daño físico, sino que se expande a la manipulación emocional, los ataques a la estabilidad económica y el aislamiento social.
En nuestro país, uno de cada cuatro casos de violencia de género incluye esta práctica insidiosa. Sin embargo, su visibilidad sigue estando en deuda con la gravedad del problema. La difícil identificación de la violencia vicaria se complica por la variabilidad de sus manifestaciones, que pueden incluir desde la custodia de los hijos hasta la difamación pública, lo que representa un reto adicional tanto para las víctimas como para las autoridades, quienes, en muchas ocasiones, carecen de los protocolos necesarios para abordar estos casos de manera efectiva.
Un factor clave en la perpetuación de esta violencia es la falta de legislación específica. Aunque se han hecho esfuerzos para reconocer la violencia vicaria como un tipo del delito de violencia de género, muchas jurisdicciones aún no cuentan con registros claros ni capacitaciones adecuadas para el personal que atiende estos casos. Esto provoca una respuesta incongruente y, en ocasiones, revictimizante hacia las mujeres afectadas, que suelen salir desalentadas de los sistemas judiciales.
A pesar de estas barreras, algunas organizaciones y activistas están luchando por una mayor concienciación y un cambio en la percepción social hacia la violencia vicaria. La educación y la sensibilización se vuelven herramientas cruciales para empoderar a las víctimas y fomentar un entorno de apoyo en el que no se sientan solas. Es esencial reconocer que estas experiencias de violencia no solo afectan a las mujeres directamente, sino que tienen repercusiones profundas en la vida de los niños involucrados, quienes son, a menudo, arrastrados a la tumultuosa batalla que se desata entre sus progenitores.
Una propuesta que surge de esta lucha es la implementación de programas de formación para profesionales, que van desde jueces hasta trabajadores sociales, con el objetivo de crear un enfoque multidisciplinario para abordar este tipo de violencia. Con una colaboración más estrecha entre las autoridades judiciales, las organizaciones de la sociedad civil y la comunidad, se busca desarrollar estrategias más efectivas y comprensivas que permitan a las víctimas encontrar una salida a su sufrimiento.
Entender la violencia vicaria es dar un paso hacia la construcción de una sociedad más justa y equitativa. La información, la empatía y la acción conjunta son indispensables para desterrar estas prácticas nocivas y ofrecer un camino hacia la sanación. La lucha continua y el compromiso de todos son la clave para transformar la narrativa y brindar a las víctimas el apoyo que merecen. La construcción de una cultura de respeto y reconocimiento de los derechos humanos debe ser un esfuerzo colectivo.
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