La violencia vicaria se ha convertido en una problemática profundamente arraigada en el contexto de la violencia de género, suscitando un creciente interés y preocupación en la sociedad. Este fenómeno, que implica utilizar a los hijos como un medio de control y venganza en el ámbito de la ruptura de una relación, plantea un escenario complejo en el que la justicia y los derechos de las mujeres a menudo se ven comprometidos.
Un ejemplo revelador de esta situación es el caso de una mujer que ha enfrentado un prolongado proceso judicial tras la separación de su pareja. En este relato, la madre vive un torrente de desamparo y angustia, al verse involucrada en un sistema que parece más enfocado en los derechos del padre que en el bienestar de los hijos. A lo largo de su lucha, ha experimentado un desfile de decisiones judiciales que a menudo otorgan custodia a un padre cuyo comportamiento pone en tela de juicio la seguridad emocional y física de los menores.
El sistema judicial, en su intento de ser objetivo y neutral, a veces resulta ser un campo fértil para la perpetuación de la violencia vicaria. Las audiencias y juicios que debieran ser un espacio de resolución pacífica se convierten en un escenario en el que las estrategias de manipulación y control son disfrazadas de argumentos legales. Esto no solo perjudica a la mujer que busca justicia, sino que, a la larga, también afecta a los propios niños, quienes se ven atrapados en un conflicto que debería ser resuelto con empatía y consideración.
El contexto social, sumado a la falta de capacitación adecuada de algunos operadores del sistema judicial, crea un caldo de cultivo para que estos casos queden sin la atención que verdaderamente requieren. Muchas veces, las decisiones se basan más en la intención de cumplir procedimientos que en un análisis profundo de las dinámicas familiares y su impacto en la vida de los menores. Las madres, en su intento de proteger a sus hijos, se enfrentan a la burocracia, que a menudo las deja desprovistas de recursos y apoyo.
La situación se complica aún más cuando se considera la estigmatización que sufren estas mujeres en su entorno, muchas veces recriminadas por la separación o por la búsqueda de justicia. El silencio y el miedo, alimentados por la percepción de que las instituciones no las respaldan, se convierten en barreras que perpetúan la violencia.
Para transformar esta realidad, es fundamental que se lleve a cabo una revisión exhaustiva del marco legal que rige los procesos de custodia y visitas. De igual forma, se requiere una formación más integral para los actores involucrados en el sistema judicial, con el fin de asegurar que se evalúen adecuadamente las implicaciones de cada decisión en la vida de las familias. La voz de las mujeres que atraviesan estas experiencias debe ser escuchada y valorada, para que se generen cambios que realmente reflejen una voluntad de erradicar la violencia en todas sus formas.
La lucha contra la violencia vicaria no solo se trata de proteger a mujeres y niños, sino de construir un espacio donde la justicia sea realmente equitativa y sirva de refugio para aquellos que más lo necesitan. La visibilización de estos casos es un paso esencial que lleva consigo la esperanza de que el cambio sea posible.
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