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Fue otra prueba a la vista de todo el mundo del desdén del presidente de Estados Unidos por el ideal democrático de la separación de poderes. Y fue, de nuevo, en su red social, Truth, con un mensaje, publicado este viernes, en el que dijo que pedirá a la fiscal general, Pam Bondi, y al Departamento de Justicia, “junto con los grandes patriotas del FBI”, que investiguen la relación del millonario pederasta Jeffrey Epstein con “[elexpresidente] Bill Clinton, Larry Summers [exrector de Harvard y miembro del Gabinete de Clinton], [el cofundador de LinkedIn] Reid Hoffman, [el banco] JP Morgan Chase y muchas otras personas e instituciones, para determinar que pasaba”.
Trump justificó esa orden, que rompe las reglas del decoro institucional estadounidense, dado que a la figura de la fiscal general se le supone independencia de la Casa Blanca, alegando que los demócratas han resucitado el caso Epstein, “el bulo Epstein“, según el presidente, para ”tapar el desastroso CIERRE DE LA ADMINISTRACIÓN y otros fallos”.
La maniobra parece más bien buscar otro fin: tratar de desviar hacia otro lado la atención del escándalo por su negativa a difundir los archivos que obran en poder de Bondi sobre el caso del pederasta, que murió en 2019 en una celda de máxima seguridad de Manhattan (fue un suicidio, según el forense, por más que los creyentes en las teorías de la conspiración piensen que lo mataron para que no tirara de la manta).
No está claro si Bondi aceptará el encargo del jefe, ni cómo puede materializarse esa investigación. Tampoco si, como tantas veces sucede con Trump, el ampuloso anuncio se quedará en nada. Mucho menos, si logrará su objetivo: la publicación esta semana de más de 20.000 documentos obtenidos por el Congreso de la familia del financiero pederasta ha vuelto a resucitar un fantasma que persigue al presidente desde hace años: el fantasma de su larga amistad con Epstein y la sospecha del empeño de Trump por no difundir esos materiales, pese a que los suyos lo prometieron durante años, oculte algo.
El presidente de Estados Unidos niega que supiera nada de los delitos del que fue su amigo durante 15 años, hasta su ruptura en 2004. Trump sostiene que se separaron cuando echó a Epstein de su club, Mar-a-Lago, por su conducta de “bicho raro” con algunas empleadas. En los mensajes conocidos esta semana, el millonario pederasta niega que ese fuera el motivo. También hay un correo electrónico en el que este parece situar a Trump en una fiesta de Acción de Gracias compartida en 2017, la primera del nuevo presidente, aunque no hay certezas de que eso fuera así.
Tampoco hay pruebas de que Trump estuviera al tanto de las fechorías de Epstein, y mucho menos que participara en ellas, aunque en el lote de los mails liberados estos días, este dice que aquel “pasó horas con una de las víctimas” y que “sabía lo de las chicas”, en referencia a las menores de las que el financiero abusó impunemente durante años, con la complicidad y la participación de su conseguidora, Ghislaine Maxwell, que cumple 20 años de prisión en una cárcel de mínima seguridad.
En su mensaje de este viernes, Trump señala a Clinton, uno de los personajes influyentes que con más frecuencia se ha vinculado a Epstein (de nuevo, sin pruebas de que este delinquiera) y a la lista de ricos y famosos que el millonario llevaba, y que también ha sido origen de numerosas teorías de la conspiración.
Está probado que el expresidente demócrata conoció a Epstein a través de su hija Chelsea y de Maxwell, y que se montó en sus aviones privados “al menos en 26 ocasiones” entre 2002 y 2003, según los registros de vuelo y como parte de las tareas de la Fundación Clinton. Es decir, también antes del primer juicio contra el pederasta.
Este viernes, Trump también cita en Truth a JP Morgan, que fue el principal banco de Epstein durante 15 años, un tiempo en el que el financiero hizo movimientos de dinero que encendieron las alarmas de los centinelas de lavado de capitales de la entidad, que nunca tomó cartas en el asunto con uno de sus clientes preferentes. La relación fue más allá del primer juicio. Una investigación de The New York Times concluyó el pasado mes de septiembre que el primer banco de Estados Unidos facilitó los delitos del depredador sexual, que movió ingentes cantidades de dinero para poder mantener su red de tráfico de menores.
En el libro La araña: viaje al interior de la trama criminal de Jeffrey Epstein y Ghislaine Maxwell, el periodista de investigación Barry Levine escribe que dos testigos lo situaron dos veces en 2002 en la isla privada en la que el financiero cometía muchos de sus abusos, aunque no hay constancia documental de eso y ninguna víctima que ha acusado a Clinton de delito alguno. Este ha negado tajantemente que viajara a la isla o que tuviera una relación cercana con Epstein y ha asegurado que no sabía nada de sus crímenes.
Summers ha sido esta semana uno de los protagonistas más destacados de la última desclasificación de documentos (en dos tandas: una primera, de tres mails, corrió a cargo de los demócratas; la segunda, de más de 20.000, fue cosa de los republicanos). Ya se sabía que Summers había tenido una relación con el financiero (relación que después lamentó públicamente), pero no que había seguido manteniendo tan habituales contactos con él entre 2017 y 2019, años después de la primera (suave) condena a Epstein por un delito relacionado con la prostitución, incluso también después de que el Miami Herald resucitara el caso contra él con una serie de reportajes de investigación.
En esos intercambios, hablan mucho de una relación de Summers con una mujer londinense sobre la que Epstein le da consejos. También tratan sobre Trump. De esas decenas de correos intercambiados entre ambos, tampoco es posible concluir que Summers supiera nada sobre los delitos de Epstein.
En cuanto a Hoffman, el cofundador de LinkedIn estuvo en tratos con el financiero cuando le pidió dinero para el Massachusets Institute of Technology (MIT). En ese contexto, viajó en una ocasión a la isla para un evento de recaudación de fondos.
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