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“No”, dijo este viernes el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a los reporteros que lo acompañaban a bordo del Air Force One rumbo a su residencia de Mar-a-Lago, en Palm Beach (Florida), y que le preguntaron cuánto de verdad había en dos publicaciones de las últimas horas que aseguraban que una operación militar de Estados Unidos en Venezuela es inminente. ¿Es verdad que Trump ha decidido ordenar ese ataque? “No, no es verdad”, dijo, en un estilo más lacónico del que acostumbra.
Trump puso así en cuarentena la teoría de que está dispuesto a atravesar un rubicón (otro) al lanzar una ofensiva en territorio venezolano sobre objetivos, civiles y militares, supuestamente vinculados con el narcotráfico.
El jueves había trascendido, gracias a una información de The Wall Street Journal, que el Pentágono tenía identificados objetivos en suelo venezolano que incluyen puertos y aeropuertos bajo control militar a los que Washington acusa de estar relacionados con los cárteles, especialmente con el Cártel de los Soles. Más allá del combate contra el narcotráfico, se interpretaría esa decisión de escalar la ofensiva contra Caracas, de la misma manera en la que se han interpretado los ataques previos en aguas internacionales contra presuntas nacolanchas: como maniobras de presión sobre el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, para precipitar la caída del régimen chavista.
Este viernes, Miami Herald publicó que el siguiente paso podría ser “cuestión de días u horas”. Una portavoz de la Casa Blanca lo desmintió después, y dijo que esas noticias no podían ser cogidas de “fuentes anónimas” porque solo hay una persona en condiciones de darlas: “el presidente de Estados Unidos”.
Una operación de esa magnitud supondría una escalada en la política exterior de Estados Unidos en Latinoamérica y resucitaría los peores fantasmas de décadas de intervencionismo de Washington en la región. El camino, desde luego, parece conducir a eso: desde hace dos meses, el Ejército de Estados Unidos ha lanzado 15 ataques extrajudiciales contra 16 embarcaciones (entre ellas, un submarino) presuntamente dedicadas al tráfico de drogas en aguas del Caribe y del Pacífico. Al menos, 61 personas han sido asesinadas en esas operaciones.
Recompensas
La Casa Blanca acusa al Gobierno de Maduro de liderar una organización criminal dedicada al narcotráfico. En agosto pasado, las autoridades estadounidenses doblaron hasta los 50 millones de dólares la recompensa que ofrecen por cualquier información que conduzca a la captura del presidente venezolano, que el año pasado robó, según la mayor parte de la comunidad internacional, las elecciones a la oposición, que lidera la reciente Nobel de la Paz María Corina Machado. También se ofrecen 25 millones por algunos de los lugartenientes de Maduro, como el ministro del Interior, Diosdado Cabello, o el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López.
Mientras se sucedían los ataques contra las supuestas narcolanchas, a cuyos tripulantes, sobre los que no constan identidades o pruebas de su implicación en ningún delito, Trump considera miembros de un ejército que ha declarado la guerra a su país a base de inundarlo de fentanilo o cocaína, Estados Unidos ha ordenado un despliegue militar con pocos precedentes. Empezó el pasado mes de agosto.
Una decena de buques de guerra, entre los que hay un submarino nuclear, y 10.000 tropas se han movido al área de influencia del Comando Sur. El viernes pasado, Trump ordenó el envío del mayor y más moderno portaaviones de su flota, el Gerald Ford, al Caribe. El buque de guerra, cuya tripulación cuenta con más de 5.000 marineros, se encontraba en Europa y había atravesado el estrecho de Gibraltar en el momento de su movilización. Se calcula que llegará a la zona a principios de la próxima semana.
Según la información del Journal, los ataques que ahora desmiente Trump se efectuarían desde el aire y con objetivos muy precisos.
La negativa en rotundo de este viernes despertó en Washington los recuerdos del ataque de Estados Unidos contra tres bases de enriquecimiento y almacenamiento de uranio en Irán, en junio pasado.
Entonces, fue el mismo periódico neoyorquino el que avanzó que aquel ataque era inminente. El presidente de Estados Unidos rechazó después aclarar si esos planes eran ciertos y se fue, como esta vez, a jugar al golf. El sábado, las bombas cayeron sobre las bases de Fordow, Natanz e Isfahán.
Esta nota contiene información de varias fuentes en cooperación con dichos medios de comunicación.



























