Hace unos días escribí acerca de cómo la ignorancia se ha convertido en un valor central para los conservadores. Como es natural, esta exaltación de la ignorancia va de la mano con el desdén por el conocimiento de los expertos. Puede que una gran mayoría de científicos coincida en que las emisiones de gases de efecto invernadero están calentando el planeta, pero qué le vas a hacer, no es más que una enorme tomadura de pelo.
Un momento, que todavía hay más. La derecha no solo considera que el conocimiento experto no tiene valor, sino que también lo ve como un criterio descalificador. Las personas con verdadero conocimiento sobre un ámbito político —y, desde luego, las que tienen alguna clase de reputación profesional— suelen ser excluidas de cualquier función en el diseño de las políticas. La preferencia se concede a los incompetentes, y a menudo a los escandalosamente incompetentes.
Estos días estoy leyendo Nightmare Scenario [Escenario de pesadilla], una crónica de Yasmeen Abutaleb y Damian Paletta sobre la desastrosa gestión de la pandemia de coronavirus por parte del Gobierno de Trump. Gran parte de lo que explican entra en la categoría de lo “estremecedor pero no sorprendente”. Sin embargo, algo que yo desconocía era el papel especialmente destructivo desempeñado por Stephen Moore, un asesor económico externo.
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Los autores cuentan que fue Moore quien entró en el despacho de Donald Trump, apenas unos días después de que Estados Unidos iniciara el confinamiento, para instar a la reapertura en Semana Santa. Aunque no se produjo un levantamiento inmediato de las restricciones por la crisis sanitaria, la creciente insistencia de Trump en que la pandemia no era gran cosa ayudó a inspirar las protestas armadas contra la distancia social y las mascarillas, lo cual contribuyó a su vez al desastre en la sanidad pública que, hasta el momento, se ha cobrado la vida de 600.000 estadounidenses.
Huelga decir que Moore no es un experto en epidemiología. Pero tampoco lo es en economía. De hecho, entre muchos economistas tiene fama de equivocarse en casi todo. No me refiero a que haya hecho algunos pronósticos erróneos. Eso le pasa a todo el mundo (aunque algunos admitimos que nos hemos equivocado e intentamos aprender de nuestros errores). Me refiero a que es raro que acierte con los hechos, o que consiga acercarse siquiera remotamente a la verdad.
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