En México, emprender se asemeja a navegar contra corriente. No se trata de una falta de talento o determinación, sino de un entorno repleto de obstáculos que desgastan: licencias que tardan en ser aprobadas, procesos burocráticos complicados y la omnipresente inseguridad que amenaza cada esfuerzo. A pesar de estos desafíos, millones de personas se levantan cada día para poner en marcha sus pequeños negocios, impulsados por la firme convicción de que el progreso es posible. Con esfuerzo, creatividad y una notable resiliencia, sostienen no solo sus ingresos, sino también el bienestar de sus comunidades, estableciendo un tejido empresarial que enlaza barrios y ciudades.
Sin embargo, la comprensión de este sector sigue siendo insuficiente. En lugar de reconocer la diversidad dentro del ámbito de las micro, pequeñas y medianas empresas (MiPyMEs), se tiende a categorizarlas de manera homogénea. No se puede comparar un micronegocio de un pueblo fronterizo con una firma de tecnología en una gran ciudad; las dinámicas, los retos y las soluciones requeridas son drásticamente distintos. Esta falta de diferenciación ha sido un error significativo en las políticas públicas diseñadas para este sector.
Las MiPyMEs son el corazón palpitante de la economía nacional, generando cerca del 70% de los empleos y actuando como motores de transformación social. Sin embargo, solo un estimado de 254 mil de ellas tienen acceso a servicios bancarios; la gran mayoría opera en un entorno de informalidad, no como una opción, sino como la única salida ante la adversidad.
Las cifras demuestran que una MiPyME que consigue capacitación, innovación y financiamiento puede multiplicar su productividad por cinco, así como generar cuatro veces más empleo. La cuestión que persiste es: ¿por qué no hemos logrado normalizar el acceso a estos recursos? Existen innumerables relatos de emprendedores que se rinden ante la complejidad de los trámites o que caen en manos de prestamistas abusivos. Pero también hay historias de éxito, donde un curso o una alianza ha marcado la diferencia, subrayando la importancia del acompañamiento.
Además, el financiamiento no puede estar solo; debe complementarse con capacitación y asesoría técnica. Desde diversas organizaciones se están impulsando iniciativas, como talleres y redes de inversión, que buscan robustecer la gestión y fomentar la innovación y la digitalización. Las evidencias muestran que empresas que se adentran en el comercio electrónico y adoptan metodologías de administración modernas logran aumentar sus márgenes y acceder a nuevos mercados. Este acompañamiento necesita ser incorporado en todas las regiones, ajustándose a las realidades específicas de cada emprendimiento.
Para que esto sea posible, es esencial una reducción de la carga burocrática, simplificando los trámites en todos los niveles gubernamentales. La digitalización de procesos debería ser un estándar, y las ventanillas únicas deben implementarse efectivamente, dejando de ser solo un concepto aspiracional. Asimismo, la seguridad y la certeza jurídica son fundamentales para que cualquier inversión, por pequeña que sea, pueda establecerse en un entorno sólido.
El contexto internacional ofrece oportunidades que no deberíamos dejar pasar, como el nearshoring y la diversificación de mercados. México posee ventajas competitivas, incluyendo su ubicación geográfica y un tratado comercial con Norteamérica. Para aprovechar estas oportunidades, es necesario un entorno energético estable, infraestructuras modernas y un sistema jurídico que respalde los contratos y sancione a quienes afecten al sector productivo.
La verdadera fortaleza de México radica en su gente emprendedora. Se requiere una visión a largo plazo que reconozca a los pequeños negocios como pilares estratégicos de la economía. Fomentar su crecimiento no es un lujo, sino una exigencia del Estado. Con el compromiso político y la participación ciudadana, se pueden convertir los obstáculos en oportunidades, posicionando a México como un ejemplo de desarrollo inclusivo y sostenible.
Los pequeños negocios no claman por privilegios, sino por oportunidades. No buscan reconocimiento, solo requieren herramientas para competir. Lo que está en juego no es solo su continuidad, sino la cohesión social, la economía local y el futuro de millones de familias.
Hay que entender que la protección de las MiPyMEs no debería ser vista con compasión, sino como una responsabilidad colectiva. Cuando las pequeñas empresas prosperan, también lo hace México. La fecha de publicación original de este análisis corresponde al 2025-04-29.
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