La reciente conversación entre Claudia Sheinbaum y el presidente brasileño Lula Da Silva ha capturado la atención del ámbito político, con el foco centrado en la inminente visita del vicepresidente de Brasil, Gerardo Alckmin, a la Ciudad de México a finales de agosto. Sin embargo, también se abordó el interés de Lula en que México se convierta en miembro pleno de los BRICS, un grupo que, aunque liderado por China, genera una mezcla de expectativas y tensiones en la esfera diplomática.
La entrada de México en este grupo se presenta como un tema lejano, aunque latente, en los círculos de poder. Esta inquietud no solo se deriva de lo que puede significar a nivel económico, sino también de un contexto más amplio de relaciones con el gobierno de Donald Trump. La participación del canciller Juan Ramón de la Fuente en la reciente cumbre de los BRICS en Río de Janeiro ha avivado debates sobre la posición de México en el “sur global”.
Diversos sectores del morenismo se han entusiasmado con la idea de que China podría ser un socio más confiable que Estados Unidos bajo la administración Trump. Esta perspectiva fue discutida en una reciente reunión con líderes políticos del Partido Demócrata de origen mexicano, en la que el exvocero Jesús Ramírez defendió la necesidad de que México replantee su enfoque comercial.
Ramírez enfatiza que, aunque no se trata de romper totalmente con Washington, sí es imperativo diversificar las relaciones comerciales y explorar oportunidades con los integrantes de los BRICS. Esta postura encuentra eco en el flamante embajador chino en México, Chen Daojiang, quien promueve activamente las ventajas de una relación más estrecha con China, sugiriendo a su país como una futura superpotencia emergente.
Un elemento clave en esta dinámica es el retraso en la primera reunión entre Sheinbaum y Trump. Desde que se canceló el encuentro presencial durante el último G7 en Canadá, no ha habido novedades sobre una conversación entre ambos líderes. Desde el Palacio Nacional, se sugiere que Sheinbaum opta, por el momento, por mantener un contacto telefónico, una decisión que podría ser acertada, dado los desafíos que han surgido en cumbres pasadas.
El Departamento de Estado estadounidense sigue de cerca este acercamiento de México a los BRICS. Desde Washington, se envía un mensaje claro: el grupo presenta un matiz político, pero carece de ventajas tangibles en el ámbito económico y comercial. En la última cumbre en Brasil, la tensión entre los miembros del bloque se hizo evidente, con desacuerdos entre China y la India, así como entre China y Rusia, sobre temas como combustibles fósiles.
Por si fuera poco, el contexto proteccionista también es relevante. Con un arancel promedio intrabloque del 8% y más de 200 medidas antidumping en los países miembros, la situación se complica. Brasil, con sus gravámenes de dos dígitos, ilustra bien las tensiones intrínsecas dentro del grupo.
En resumen, la conversación entre Sheinbaum y Lula crea un escenario donde las relaciones internacionales de México pueden estar en un punto de inflexión, un momento donde la búsqueda de nuevas alianzas se complementa con desafíos evidentes en el panorama global. Este contexto resalta la complejidad de las decisiones diplomáticas y el delicado equilibrio que México debe mantener en su política exterior.
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