La actual administración ha dejado claro su enfoque en la seguridad pública, distanciándose de estrategias pasadas que llevaron al país a escenarios de alta violencia y desestabilización. En este contexto, la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, ha reafirmado su compromiso de no regresar a los métodos de combate al narcotráfico implementados en administraciones anteriores, caracterizadas por una militarización excesiva y una escalada de violencia que afectó a miles de ciudadanos.
En declaraciones recientes, Sheinbaum enfatizó la necesidad de adoptar una nueva perspectiva en el tratamiento de la seguridad y la administración del crimen organizado. Sostuvo que la “guerra” contra las drogas, tal como se planteó durante el mandato de Felipe Calderón, resultó en un incremento alarmante de la violencia, que dejó tras de sí una estela de dolor y sufrimiento en las comunidades. En su lugar, la gobernante propone un enfoque basado en la prevención y la construcción de tejido social, buscando involucrar a la ciudadanía en un proceso de reconstrucción y paz.
Este cambio de paradigma no sólo responde a una necesidad urgente de pacificación, sino que también se articula dentro de un contexto más amplio donde la política de seguridad requiere un replanteamiento estructural. La estrategia actual implica la implementación de políticas públicas que busquen abordar las causas del fenómeno delictivo, con un enfoque en la educación, la atención a la salud mental y el desarrollo social. Estos elementos son esenciales para mitigar la violencia y ofrecer alternativas a las comunidades más vulnerables.
La propuesta de Sheinbaum también resuena dentro de un disenso creciente hacia las tácticas militarizadas, que, según críticos, han fracasado en su objetivo principal: reducir las cifras de homicidios y delincuencia. La administración actual aboga por una colaboración más estrecha entre las autoridades gubernamentales y la población, buscando que los ciudadanos se conviertan en aliados en la lucha contra la delincuencia.
De igual manera, este enfoque se enfrenta a desafíos significativos. Las complejidades del crimen organizado y su arraigo en diversas zonas del país exigen una respuesta coordinada y eficiente. Sin embargo, la apuesta por políticas de seguridad inclusivas sugiere un camino que aleja al país del ciclo de violencia que caracterizó a sus pasadas administraciones.
En la discusión sobre el futuro de la seguridad en México, el mensaje de Sheinbaum resulta claro: la paz y la seguridad no se logran a través del uso de la fuerza, sino mediante un cambio cultural que promueva la justicia social y el bienestar colectivo. Este llamado a reconfigurar las estrategias de seguridad no solo es relevante para la Ciudad de México, sino que podría servir de modelo para otras regiones que buscan salir del círculo vicioso de la violencia.
Así, el horizonte de la política de seguridad en México parece inclinarse hacia un mayor enfoque en la prevención y la cohesión social, algo que muchos ciudadanos esperan ansiosamente en tiempos donde la incertidumbre y el miedo han marcado la vida cotidiana.
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