El político y periodista italiano Giulio Andreotti acuñó una de las frases más célebres sobre cómo de despiadada es a veces la política: “Hay amigos íntimos, amigos, conocidos, adversarios, enemigos, enemigos mortales y… compañeros de partido”. Pablo Casado comprobó el martes el rigor de esa frase. El líder del PP fue abandonado por prácticamente todos los suyos, hasta los más fieles, incluso los que le debían su carrera política, que saltaron del barco como en el hundimiento del Titanic, en un goteo incesante a lo largo de una fatídica mañana para el todavía presidente de los conservadores.
Traicionado por los suyos, acorralado por un clamor para que se vaya, prácticamente solo, Pablo Casado resiste aferrado al cargo en la sede del partido en la madrileña calle de Génova, 13. No se sabe por cuántas horas. El líder del PP se atrinchera con un reducidísimo núcleo de fieles, entre los que ya no está tampoco el secretario general, Teodoro García Egea, su mano derecha, al que dejó caer el martes con tal de ganar algo de tiempo, aunque se trate ya de sus últimos compases.
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