Gabriel Boric será desde este viernes el nuevo presidente de Chile. Y con él llegará una nueva izquierda a La Moneda. Con solo 36 años, este líder surgido de la fragua de las protestas estudiantiles se pondrá al frente de un proceso que promete cambios profundos. Se trata de enterrar definitivamente lo que queda del legado de la dictadura, que en los años ochenta aplicó a rajatabla las políticas neoliberales del consenso de Washington.
Boric jurará como líder de una alianza de partidos de izquierda de nuevo cuño y otras fuerzas tradicionales, como el Partido Comunista, con el apoyo de los socialistas. Su gabinete promedia los 49 años y está integrado por una mayoría de mujeres. Serán ellas las que delinearán el perfil del Gobierno: feminista, promotor de un desarrollo sustentable y, sobre todo, más cercano a la gente. “En Chile, el neoliberalismo fue extremo y hoy se intenta desmantelar en el mismo sitio donde nació. Este país no solo fue el más neoliberal, fue también el primero, incluso antes que en EE UU y Reino Unido. El único país donde la asociación entre dictadura y neoliberalismo funcionó fue en Chile”, dice Carlos Ruiz, académico de la Universidad de Chile y de relación estrecha con el nuevo presidente.
El desafío, por supuesto, es enorme. No solo porque las expectativas de la calle están muy altas. El arranque del nuevo Gobierno coincide además con el trabajo de una Convención que redacta una Constitución desde cero, una experiencia que tiene pocos antecedentes en el mundo. En Chile, dice Ruiz, “hay un cambio de actitud hacia el modelo y una deliberación en curso”. “La figura de Boric encarna esa nueva subjetividad, y puede que sea finalmente el líder de una nueva izquierda, pero que eso se materialice dependerá de la salida del proceso Constituyente. El cambio vendrá si se logra remover uno de los pilares del modelo, que es el Estado subsidiario, esto es, uno que no interviene en las cosas que se considera que pueden hacer los privados o el mercado”.
En este escenario de incertidumbre, Boric deberá satisfacer viejas demandas. Tiene a su favor el apoyo de aquellos que en 2019 salieron a las calles para pedir por un nuevo Chile. Está además al frente de la primera generación de políticos que nació en democracia y no carga con el lastre del temor a una regresión autoritaria, el fantasma que sobrevoló buena parte de la transición democrática desde 1990. “La gran crítica de estos grupos es que en Chile no hubo transición, que la Concertación fue una farsa y que continuó con la Constitución de Pinochet. Ellos encarnan la transición”, dice Leónidas Montes. El ambiente político es de la proximidad de una revolución pacífica.
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